Muchos de mi generación hemos siempre mirado con suficiencia a Loquillo: es un flipao, está más pasao que Eddie Crocham, ¿quién coño se cree que es este tío que canta regular, escribe normal y se pasea como si fuera un trasunto de Dylan, Elvis, Sinatra, Adolfo Suárez, Berlusconi y Scott Fitzgerald?
Hay que reconocer que Loquillo tiene muchos defectos: no ha cambiado de peinado en 30 años, el logo de su banda (estampado en chupas de cuero, para más inri) era un dibujo animado bastante ridículo, su banda se llamaba Los Trogloditas, él se sigue llamando Loquillo cuando tiene más de 12 años, a veces habla de sí mismo en tercera persona (y entonces dice “El Loco”) y, sobre todo, se ha creído que tener “actitud” es tener una pose forzadísima a la hora de las fotos y engolar muchísimo la voz cuando crees que vas a decir algo importante. Además, sus videoclips son seguramente los peores de la historia del rock español… (consúltense "El hombre de negro", "Con elegancia", "Cuando pienso en los viejos amigos", "Cadillac solitario"…¡"La vida que yo veo!")
Es cierto que a veces transciende el nivel de horterilla o puretas desfasado para rayar lo patético. En general, y en resumen, como cualquier persona que ha vivido intensamente los 80, parece tener serios problemas para hacer una criba entre el buen y el mal gusto.
Pero siempre que se hablen de discos de poesía adaptados al lenguaje del rock hay que tenerle más que presente. Bueno, de hecho, siempre que se hable de rock español o de madurar con estilo (sí, con bandazos y equivocaciones, pero a los 50 años muy pocos son capaces de hacer Balmoral) hay que tenerle presente. De hecho, en realidad, y por muchos defectos que tenga, mi generación, al hablar de música, siempre debería tenerle presente.
Loquillo empezó en la música sin saber tocar ningún instrumento, sin tener una buena voz y sin escribirse sus propios temas. Que pudiera grabar discos ya tiene mérito. Que triunfara, ni te digo. Que siga aquí 35 años después es encomiable. Y, desde luego, indica que algo ha sabido hacer bien.
En el fondo es bastante sencillo: Loquillo es un personaje creado por José María Sanz que ni se cree tan guay, ni tan guapo, ni tan chulo y, sobre todo, es mucho más listo. Y siempre ha sabido que para triunfar o, sobre todo, para hacer buenos discos, hay que saber rodearse de los mejores. Y es lo que ha hecho siempre: primero, con Carlos Segarra; luego, con Sabino Méndez; después, con Gabriel Sopeña. De vez en cuando con textos de Gil de Biedma, Jacques Brel, Lorca… y ahora con un disco íntegro de poemas de Luis Alberto de Cuenca.
Y los que alguna vez nos hemos atrevido a mirarle por encima del hombro deberíamos pararnos a pensar si no es cierto que tiene un repertorio de, al menos, veinte hits, diez joyas, y otras treinta canciones que cualquiera querría en sus discos. Y luego darse cuenta de que, igual que José María Sanz nunca ha sido un rockabilly talibán, sino un amante de la buena música que ha sabido comprender mejor y antes que nadie a Calamaro, Love of Lesbian, Sidonie, El Columpio Asesino, Bunbury o Fito, a veces hay que quitarse la cera de los prejuicios y escuchar.
Y si lo haces y no eres imbécil podrás decir que la portada te parece una horterada, que algunos poemas parecen haber sido seleccionados al azar, que la inclusión de "La tempestad" puede no tener ningún sentido, que los arreglos de "La noche blanca" son más que discutibles… Pero no puedes discutir que, pese a esos arreglos, "La noche blanca" es un buen tema, que "Su nombre era el de todas las mujeres" y "Farai un vers de dreyt nien" están más que bien y que, sí, que La Malcasada es la mejor canción sobre un poema musicado desde, al menos, "Julia Reis" (en el disco de poesía de Loquillo La vida por delante) o “Con Elegancia” (en el disco de Loquillo del mismo nombre) y, desde luego, mil veces mejor que “Con las piernas abiertas” o “La Soledad desierta” de Un Hombre Exquisito. Que ya quisieran llegar a poder atar los botines blancos del hortera de Loquillo...
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