Para que siempre conservemos las canciones, muchas, y altas y ruidosas y con muchos acordes.
Para que jamás nos alcance la imparcialidad de los hombros encogidos.
Para que no crezca nunca en nuestras entrañas esa calma mal llamada escepticismo.
Para creer en algo, aunque sea en nosotros mismos. O, por lo menos, en ella.
Ora pro nobis.
Ora pro nobis.
Que no crezca jamás en mis entrañas
esa calma aparente llamada escepticismo.
Huya yo del resabio,
del cinismo,
de la imparcialidad de hombros encogidos.
Crea yo siempre en la vida
crea yo siempre
en las mil infinitas posibilidades.
Engáñenme los cantos de sirenas
tenga mi alma siempre un pellizco de ingenua.
Que nunca se parezca mi epidermis
a la piel de un paquidermo inconmovible,
helado.
Llore yo todavía
por sueños imposibles
por amores prohibidos
por fantasías de niña hechas añicos.
Huya yo del realismo encorsetado.
Consérvense en mis labios las canciones,
muchas y muy ruidosas y con muchos acordes.
Por si vinieran tiempos de silencio.
(De Diario de un destello, Ed. Rialp, Madrid, 2006
Raquel Lanseros.)
Junto con el Hombre imaginario de Nicanor Parra, lo mejor que he leído en mi perra vida.
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